5/11/2010

Tunguska

Los científicos, miraban al cielo, asustados pronosticaron el impacto de un meteorito en la tierra. Aún no se sabía donde caería, los grandes hombres que dominaban el mundo, prometían ayudarse entre sí antes de saber si iba a afectarles. De mientras la ley del silencio, alarmar a la población seria como malgastar munición con un árbol. El capitalismo sonreía con su sonrisa Poffident, engatusaba a los hombres con sus grandes tetas de silicona, anulaba la intuición femenina con su calcetín en el pantalón y sus nalgas de actor de cine. Corazones que no ven, corazones que ignoran, y los días corrían por el calendario. Al acercarse más, pudieron hacer cálculos más precisos sobre la zona llamada “Pum”. Por suerte, no iba a caer en ninguna urbe, ni tan solo un pueblucho. Era una región selvática, con tan solo una tribu de indígenas y un ecosistema peludo. Los grandes pensadores de los mandamases, los contables, pensaron que sería más barato regalarles las tierras a los habitantes de la tribu, total, perdían unas cuantas bananas de importación, y madera mohosa; no se harían responsables de los destrozos, muertes y semimuertos. Así fue, como la tribu de los “Pocapasta” se independizó del mundo, mientras un trocito de el ignoraba el motivo del precioso acto. Se hizo público el evento, y tiempo más tarde, los corazones ya estaban llenos de sangre como para albergar más, y los medios de incomunicación hicieron su trabajo, periódicos y televisiones mundiales anunciaban televisores más grandes y económicos, lavadoras más limpias que la vecina, y coches más rápidos, potentes, seguros y ecológicos. Si todos aportamos nuestro granito de arena, llenaremos un cubo… pensaba el chaman de la tribu de los “Pocapasta”, alterado por la complejidad humana, y la sencillez de la naturaleza, se fue a meditar a las montañas. El día “Pum” estaba cerca, desde la noche se vislumbraba una luz parpadeante, los nuevos propietarios de sus tierras pensaban que eran los dioses que venían a visitarles para felicitarlos.
El meteorito chocó contra una plantación de cocos que amortiguó la caída, contra todo pronóstico, el número de muertos fueron 3 monos, 4 iguanas, y muchos, muchos cocos.
Los aldeanos se acercaron a la plantación, con gran temor se acercaron al meteorito, con mayor sorpresa se quedaron mirando el espectáculo. Un arcoíris de color se deslizaba por la superficie, y miles de chispas de luz cambiaban de lugar a cada segundo. Era lo más hermoso que habían visto, ni las cascadas, ni los nidos de termitas, ni el monzón podía igualarlo… Era un meteorito hecho de oro y recubierto de diamante y piedras preciosas, nunca imaginaron dioses tan bellos.
Indígena 1: Unga hunga monga ququs. (traducción: Nos hemos quedado sin cocos.)
Indigena2: Chungo xo notanto. (Traducción: Creo que no es tan malo como parece.)
Los científicos mirando desde sus satélites no daban crédito, habían regalado una fortuna unos indigentes vestidos con plantas. Duraron menos en plantilla, que un entrenador de futbol, al fin y al cabo, tenían la misma misión.
Los aborígenes pronto se aventuraron a despedazar sus dioses de oro y diamante, hasta los ancianos de la tribu portaban grandes collares dorados y anillos de deslumbrantes. Los países ricos pronto les mandaron regalos para hacerse sus amigos. Cablearon la selva, cortaron arboles para hacer caminos, les pusieron restaurantes, gasolineras y tiendas. Los de la tribu empezaron a conducir cochazos por la selva, siendo ruidosos y degradantes para el ecosistema, de vez en cuando atropellaban a algún mono.
La comunidad de monos, los “Singuita”, y las iguanas, las “Nomoney”, plantearon el problema en la base del bananero sagrado:
Rey Mono: Esto es insostenible, la selva ya no es selva, es cemento.
Reina Iguana: Ya no se puede tomar el sol, sin que el humo apeste nuestros pulmones.
R. Mono: El otro día atropellaron a mi sobrina, y abollaron el bananero sagrado.
R. Iguana: Tienen un burger queen al lado de mi árbol de fin de semana, no nos dejan dormir, hacen ruido y lo ensucian todo.
R. Mono: Se creen los amos de la selva, tenemos que darles una lección.
R. Iguana: Eso es. ¡Aprenderán quien manda!
R. Mono: ¡Guerraaaaaaaaaaa!
R. Iguana: ¡Guerraaaaaaaaaa!
Mientras los “Pocapasta” dormían en sus nuevos chalets los monos e iguanas preparaban su dulce venganza, y se adentraron al pueblo en silencio. Desgraciadamente los marines guardaespaldas no dormían, y con un par de bocadillos de plomo, tatuaron de agujeros los cuerpos de los incursores en estéreo.
Por la mañana los “Pocapasta” vieron los cuerpos ricos en metal de sus compañeros de selva, y el hombre medicina interpretó que venían a robar el regalo de los dioses.
Con el tiempo cada uno compró su propia personalidad, dejaron sus peculiaridades, ya todos poseían dentaduras perfectas, silicona y cremas anti arrugas. Eran la copia de una copia, y eso que cada uno disponía de un fondo distinto de móvil. Así que consultaron con el hombre medicina.
Tribu: ¡Oh gran sabio hombre medicina! ¿Qué podemos hacer para ser diferentes?
Hombre medicina: ¿Es que no veis la tele por cable? En los países desarrollados saben qué hacer.
Tribu: ¡Oh gran sabio hombre medicina! Tienes razón, las naciones separadas encontraron solución hace tiempo, lo único que tenemos que hacer es ver las películas de Olyvud y elegir a nuestro actor preferido, imitarle y así seremos distintos.
Contrataron a unos cuantos cirujanos, y pronto circulaban por la selva una copia de cada estrella de cine. Vlad Pit, Jony Pip, Leonardo Carpacho, Danny Delpito, Toño Banderillas, Brus Pilis, Angelina Colibrí, Jorge Clones, Orlando Pum, Pésima Flecher y Tina Morgan eran algunos de los ejemplos morenos, de nativos modificados por el glamur del celuloide.
Una mañana, se reunieron todos para el ritual bananero, donde tenían que encontrarse bajo el árbol sagrado del místico fruto mentado. Compraron bocadillos en el supermercado, y unas mochilas de oferta, se dispusieron a marchar en procesión, a su excursión-ritual. Por el camino, volvieron a recordar lo que era andar, echaban de menos el calor en la planta de sus pies, ya ninguna boñiga de iguana o mono adornaba el follaje selvático. Avanzando, encontraron un viejo puente de cuerdas, ya nadie se ocupaba de su mantenimiento, y con el desequilibrio de sus tripas repletas de colorantes, acidulantes y sabor b45-d83, se dispusieron a lo que antes hacían con los ojos sincerados. Las finas hebras no soportaron el peso de los cuerpos de sus antiguos creadores, cedieron y desparramaron la tribu por el rio. La tropa cayó cerca de un grupo de cocodrilos, y el sudor frio empapó sus pieles depiladas. Decidieron no moverse, hasta que los implacables animales finalizaran su reunión lúdica, y se fueran de paseo a otras zonas. Las horas pasaron, y nada pareció ocurrir, hasta que el nuevo Lugo Mortensen, envalentonado por sus representaciones artísticas, decidió husmear a los feroces reptiles. Se fue acercando, y nada ocurría, hasta que la distancia fue suficiente, como para leer un “made in Ikkea” en la espalda de uno de esos bichos verdes. Llegó a tocar uno, y se asombró al entender que eran de plástico, ya no quedaban cocodrilos en la selva, eran elementos puramente decorativos. ¿Qué había pasado? El ecosistema era un simple eco del sistema, el encanto se había convertido en un canto desfalleciente. Volvieron a reunirse en el poblado, y acudieron al hombre medicina.
Tribu: ¡Oh gran sabio hombre medicina! Ya no recordamos quien somos, y solo nuestro entorno nos reconoce ahora. ¿Qué podemos hacer?
Hombre medicina: Mi querido pueblo, enfrentaros a vuestros ideales, si no los comprendéis, jamás podréis seguirlos.
Tribu: ¡Oh gran sabio hombre medicina! Tienes razón, eso haremos.
Así que invitaron, a todos los famosos a un viaje con todos los gastos pagados, más una prima en vil metal. Cuando los actores de Olyvud pisaron esa tierra, un escalofrió de desprotección recorrió agradablemente sus médulas. Esa noche hubo una gran fiesta, con pepe-cola y panchitos para todos, sin reparar en gastos. Por la mañana, los actores amanecieron atados, y los antiguos lugareños, habían cogido la primera clase, y disfrutaban de un pollo frito a las finas hierbas con salsa de ostras sahareñas, eso sí, calentado todo al microondas. Cuando lograron liberarse los antiguos Olyvudienses, tuvieron que aprender a cazar y recoger cocos y bananas. Cuando pisaron los estudios de cine los “Pocapasta”, se encomendaron a la difícil tarea de interpretar. La situación fue difícil, hasta pasar unos meses de adaptación, pero al final, los actores aprendieron a ser protagonistas de sus propias vidas, sin comprar interpretaciones de sus contagiadas necesidades. Los aldeanos, se conformaron a ser felices dejando de ser lo que eran, y sustituyendo sus monotemáticas vidas, por aventuras de cartón y tetrabrik. Y finalmente, el mundo entero, ganó calidad, en sus películas.