Desaprender la exsistencia
Me encontraba en la sauna, un hombre grueso se cubría el rostro con una toalla, parecía avergonzarse de sus dimensiones, solo se la quitó cuando se quedo aparentemente solo. Observaba su espalda, y caí en la cuenta: Ese hombre era yo, con genética y experiencias vividas distintas, pero con decisiones que yo tomaría bajo esas mismas circunstancias. Yo me avergonzaba de mi cuerpo, y disimulaba mi cabeza, delante de otras personas que eran yo mismo. Al salir, fui a la piscina, y de nuevo me vi en bikini coqueteando con el agua, nadando, mirando, dejando correr el tiempo. Era yo, infeliz por no aceptar los hechos, esperando a que la vida me diera una caricia. Solo duro un rato, pero perdí unos minutos mi capacidad para juzgar, ¿cómo podía juzgarme a mí mismo? Mis actos (sus actos), venían de una dimensión paralela, con una misma base inicial, la nada, o el todo. En esa genética y situación, todo es distinto, y solo uno mismo puede llegar a sentir de primera mano el porqué de una acción o ausencia de ella. El amor y el cosmos, empiezan por uno mismo, la conciencia de vida, nos ayuda a entenderla y así poder valorarla. Poder amar a otros depende en primera medida de amarse a sí mismo y llegar a saber que “tú” en realidad es “yo” extrapolado en el tiempo y espacio, si me amo entenderé porque tú, que eres yo, actúas con causa, el conocimiento es un efecto secundaria de la acción. Si el cosmos soy yo, porque buscarlo fuera, si en mi cabeza existe todo lo que limitadamente pueda imaginar. La verdad es la que tu quieras creer, la que yo quiera creer, no la que humanamente nos transmitimos con la intención del ego, ser un yo único. Los ajenos al amor, culpan al mundo de su imperfección, sin entender, que esa es nuestra única diferencia y mayor don, poder entender las formas, todos nos iniciamos y derivamos al mismo lugar, una y otra vez, distinta forma, misma esencia.
Yo soy tu, y lo que ambos sentimos.
Yo soy tu, y lo que ambos sentimos.
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