La chica de la lluvia
La primera vez que la vi, recuerdo yo ser aun muy pequeño.
Era verano, y mis padres y yo estábamos paseando por una especie de mercadillo,
donde se vendían baratijas y objetos hechos a mano. Me paré apenas 5 segundos a
ver unos colgantes con las letras de muchos nombres, y entonces… les perdí.
Mire en todas direcciones, pero mis padres no estaban, así que hice lo que me
pareció más sensato; les busque un rato y me fui hacia donde habían aparcado el
coche. Era negra noche, pero con luna llena, tuve un poco de miedo, pero con
resignación fui al descampado de tierra donde estaban los coches aparcados. Al
alejarme de la gente, se acabó haciendo el silencio. Podía oír como soplaba el
viento de frente, parecía dar latigazos de aire a mí alrededor, y la lluvia
empezó a caer. El eco de las gotas parecía reflejarse en cada piedra y en la
arena, que pronto se encharcó. Hacía mucho frío y oscuridad, así que me entró
miedo y cuando iba a llorar… Una sombra se acercó a unos metros de mí. Parecía
una chica de mi misma edad, pero con la poca luz apenas distinguía algo, además
del torrencial de lluvia que caía, que era como una hilera de muros de agua. Se
llevó la mano a la boca, y el viento se detuvo unos segundos. Oí un claro
“shhhhhhh” entre el chapoteo, y me calme de golpe. Me quedé parado sin
reaccionar unos instantes, y note una mano en mi hombro. Resulto ser mi madre,
que me buscaba, la abracé fuerte y miré hacia la chica, pero ya no estaba.
No le di mucha
importancia pero de más mayor, una vez, unos chicos de mi colegio se metieron
conmigo. No era la primera vez, pero esta vez, en vez de conformarse con el
bocadillo o mis deberes hechos, me pidieron dinero. Primero me resistí, pero cuando ya me
sacudieron un poco, acabé dándoles lo que tenía. Resultó no ser mucho, a fin de
cuentas seguía siendo un niño. Se enfadaron bastante, y uno sacó una navaja. En
ese momento, lo único que me salió hacer, es correr, y me siguieron hasta un
callejón. Allí me dieron una buena paliza, y por si fuera poco, me obligaron a
meterme en un conteiner. Al menos en ese lugar, estaba a salvo. Olía a culo de
perro, y estaba muy oscuro, temía tocar algo y hacerme daño. Desde dentro oía
sus risas y vejaciones, lo que me pasó más nervioso. No sé si eran bichos,
moscas o sangre, pero mil picores físicos parecían acariciarme la cara.
Tal vez me estuve una hora allí dentro, me habría estado
mas, para asegurarme de que ya se habrían ido, pero ya comenzaba a no poder
apenas respirar. Al salir, pude ver mi cuerpo magullado, y yo mismo desprendía un olor de mil demonios, y para colmo, se puso a llover. Esa tarde, había
llorado mucho, esa basura estaba llena de mis lágrimas de dolor y frustración,
pero con la lluvia las ganas volvieron, y entonces… Otra vez la silueta de
mujer, esta vez ya mas crecida, rodeando la oscuridad. Se llevo el dedo a los
labios, y me volvió a calmar con su “shhhhhh”…
Me limpie los mocos con la manga, y me fui a casa a darme un
buen baño. Jamás me pregunte porque esa chica aparecía, era como si ella y yo
ya nos conociésemos, y no importara el silencio entre nosotros, pues cuando
confías verdaderamente en alguien, no hace falta el contacto.
Pero la última vez que la vi, me hablo. No es que usara la
voz ni nada parecido, pero ese día necesitaba una justa explicación. Ya tenía
una edad para llevar coche, y más aun, para tener novia. Ese día, mi chica y
yo, íbamos de viaje, queríamos ir a una casa en la montaña. Al empezar el
viaje, le dije que se abrochase el cinturón, y me hizo caso. A medio camino,
paramos en una gasolinera, y ella se compro unas medias. Quería ir bien
arreglada, porque sabía que vería a mis padres, al final del trayecto.
Ni ella ni yo, habíamos probado aun el sexo, y nos
disponíamos a hacerlo por primera vez, ese fin de semana. Mientras conducía,
ella se puso a juguetear con las medias, poniéndoselas sensualmente para
provocarme. Y en una mirada de reojo, todo pasó. Choqué contra el poste de la
luz. Tenía una fuerte contusión en el pecho, debido al cinturón de seguridad,
pero ella… ella no tuvo esa suerte, su cabeza había roto el cristal delantero
del coche, y una corona de cristales cubría su frente. Histérico por lo
ocurrido, salí como pude por la ventanilla del coche. Me alejé tanto como pude,
y se puso a llover fuerte. Del horizonte se aproximó la chica de la lluvia, y
esta vez corrí hacia ella. Ya casi enfrente suyo, le pregunte por qué pasaba
todo eso. Pestañee y no ya no estaba, pero en el suelo estaba escrito en una
pintada: