Cuando leo tus relatos te vivo en la carne viva
Me he cortado los brazos porque sí.
Por soberbia.
Para ser bella y deforme.
No necesito cabeza.
Nada tiene que habitar.
Excepto cólera.
Buscando un rincón en la casa
como los perros
como las ratas
una sola historia nadando en el vaso de agua de la mesilla.
Abonando la tierra.
Abrazando al macho.
Pariendo.
Sólo siendo mujer y para serlo.
En este paisaje blanco blando como los sueños
que es mi cama
de un sueño que no es casa
ni escondrijo de alimaña asesina,al negar su amor primero, si lo hubo y fue bello como recuerdo, que recuerdo cuando la cólera se diluye subiendo a las colinas blancas y se evapora en el gas.
Gas.
Respiro el gas y no muero.
Porque sí.
Porque sí me he cortado los brazos.
Para que la sangre fluya y me abandone, detrás el nombre,
hasta la nada de las playas blancas del campo de gas en el que pienso la cabeza que no tengo,
los brazos cortados, la piel caliente y mi gruta jugosa y el fervor que me hizo diosa cuando el verde era real en los prados
y las espigas terminaban en pan
y el puerto en viaje
y el frío en invierno.
La vida era un acto reflejo, simple como tragar.
Fue la hora en la que el sol rastrilla el cielo, rojo antes,
y blanco en la grasa de las nubes corriendo el techo
violadas por el viento de un ventilador
Una habitación. Otra habitación. Y otra.
La cabeza rodando. Los brazos abriendo las puertas. Los brazos cerrando las piernas. Un ojo mirando por la cerradura.
Un ciego.
Y yo miro. Miro al ciego que no ve. Le grito al ciego que tampoco escucha. Porque es de barro. Y yo de carne. De piedra después.
La anestesia del gas. Del paisaje blanco, blando como los sueños.
De las colinas y de este mundo redondo, lleno de gas, en el que todo adjetivo es exceso
en el que todo exceso es nombre, nombre sin cualidad, una fila de nombres habitando la casa, masturbándose en las esquinas y en el baño
detrás de las puertas cerradas que abren los brazos cortados y la cabeza rodando por los pasillos entro en la cocina y allí están.
Allí están. Los otros. Con los cuchillos.
El limbo de la noche. El limbo del día. Reflejados en la hoja de metal. Y el ojo en la cerradura mira.
El minuto sin paisaje. El campo de madera de los pasillos
los muros llenos de sangre
la cabeza rodando buscando la llave golpea las esquinas.
Un brazo cortado me ordena el pelo enredado, lme acaricia la cara, con los dedos recoge las lágrimas y las guarda en una caja para la próxima vez.
Y el otro brazo me castiga, me abofetea, me clava en los ojos las uñas largas
Y el ojo en la cerradura mira.
La cabeza de nuevo rodando
olvida en el recuerdo la hora borracha de ver salir el sol con la piel untada de oro y semen.
Fui yegua y loba despues, luego hiena
cerre las piernas y subí hasta los campos de gas.
Gas.
Respiro el gas y no muero.
Porque el paisaje es blanco, blando como la siesta antes de quitarle el tapón
de sacarle la luna al calendario.
En la caverna que sólo ha cambiado de aspecto
encalando paredes, levantando esquinas para una habitación.
Otra habitación. Y otra.
Encajándole puertas al ojo fisgón de los pasillos.
El fuego en el centro de la casa. La manada alrededor.
La cabeza baja revolviendo la comida.
La cabeza baja a la izquierda del lecho.
La cabeza colgada riendo tras la puerta cerrada del baño y allí están.
Allí están. Los otros. Con los cuchillos.
Tarde.
Ya no hay agua en el vaso de agua de la mesilla
.
Sobre los campos de gas yermos que no habito
he construido mi memoria.
Me he cortado los brazos porque sí.
Por soberbia.
Para ser bella y deforme.
No es mio, pero queria dejarlo al lado de mis pensamientos
Por soberbia.
Para ser bella y deforme.
No necesito cabeza.
Nada tiene que habitar.
Excepto cólera.
Buscando un rincón en la casa
como los perros
como las ratas
una sola historia nadando en el vaso de agua de la mesilla.
Abonando la tierra.
Abrazando al macho.
Pariendo.
Sólo siendo mujer y para serlo.
En este paisaje blanco blando como los sueños
que es mi cama
de un sueño que no es casa
ni escondrijo de alimaña asesina,al negar su amor primero, si lo hubo y fue bello como recuerdo, que recuerdo cuando la cólera se diluye subiendo a las colinas blancas y se evapora en el gas.
Gas.
Respiro el gas y no muero.
Porque sí.
Porque sí me he cortado los brazos.
Para que la sangre fluya y me abandone, detrás el nombre,
hasta la nada de las playas blancas del campo de gas en el que pienso la cabeza que no tengo,
los brazos cortados, la piel caliente y mi gruta jugosa y el fervor que me hizo diosa cuando el verde era real en los prados
y las espigas terminaban en pan
y el puerto en viaje
y el frío en invierno.
La vida era un acto reflejo, simple como tragar.
Fue la hora en la que el sol rastrilla el cielo, rojo antes,
y blanco en la grasa de las nubes corriendo el techo
violadas por el viento de un ventilador
Una habitación. Otra habitación. Y otra.
La cabeza rodando. Los brazos abriendo las puertas. Los brazos cerrando las piernas. Un ojo mirando por la cerradura.
Un ciego.
Y yo miro. Miro al ciego que no ve. Le grito al ciego que tampoco escucha. Porque es de barro. Y yo de carne. De piedra después.
La anestesia del gas. Del paisaje blanco, blando como los sueños.
De las colinas y de este mundo redondo, lleno de gas, en el que todo adjetivo es exceso
en el que todo exceso es nombre, nombre sin cualidad, una fila de nombres habitando la casa, masturbándose en las esquinas y en el baño
detrás de las puertas cerradas que abren los brazos cortados y la cabeza rodando por los pasillos entro en la cocina y allí están.
Allí están. Los otros. Con los cuchillos.
El limbo de la noche. El limbo del día. Reflejados en la hoja de metal. Y el ojo en la cerradura mira.
El minuto sin paisaje. El campo de madera de los pasillos
los muros llenos de sangre
la cabeza rodando buscando la llave golpea las esquinas.
Un brazo cortado me ordena el pelo enredado, lme acaricia la cara, con los dedos recoge las lágrimas y las guarda en una caja para la próxima vez.
Y el otro brazo me castiga, me abofetea, me clava en los ojos las uñas largas
Y el ojo en la cerradura mira.
La cabeza de nuevo rodando
olvida en el recuerdo la hora borracha de ver salir el sol con la piel untada de oro y semen.
Fui yegua y loba despues, luego hiena
cerre las piernas y subí hasta los campos de gas.
Gas.
Respiro el gas y no muero.
Porque el paisaje es blanco, blando como la siesta antes de quitarle el tapón
de sacarle la luna al calendario.
En la caverna que sólo ha cambiado de aspecto
encalando paredes, levantando esquinas para una habitación.
Otra habitación. Y otra.
Encajándole puertas al ojo fisgón de los pasillos.
El fuego en el centro de la casa. La manada alrededor.
La cabeza baja revolviendo la comida.
La cabeza baja a la izquierda del lecho.
La cabeza colgada riendo tras la puerta cerrada del baño y allí están.
Allí están. Los otros. Con los cuchillos.
Tarde.
Ya no hay agua en el vaso de agua de la mesilla
.
Sobre los campos de gas yermos que no habito
he construido mi memoria.
Me he cortado los brazos porque sí.
Por soberbia.
Para ser bella y deforme.
No es mio, pero queria dejarlo al lado de mis pensamientos