La minimorfosis
Recapituló ese pensamiento, ya no era tan efímero, se fue volviendo sólido, hasta ser sentimiento, hasta desembocar al acto. No sentía merecer vivir, la vida era grande, inmensa… él era pequeño, minúsculo… era tan insignificante, era tan molesto, era tan estúpido… Se añadían pensamientos a las caras de la gente. Le decían lo mucho que le odiaban, el asco que producía, le ignoraban… La piel de su cabeza era permeable, absorbía todo lo malo, era un imán de negatividad, atraía los problemas y repelía las soluciones. Los huesos de su cráneo estaban insonorizados, era imposible oír sus pensamientos, una humillación tras otra de un ego adicto a desaparecer. Le obsesionaba acabar ya, cuando seria el momento. ¿Sufriría? ¿Sería castigado? ¿Volvería a vivir esa sensación en una rueda de reencarnaciones? ¿Tendría el valor? ¿Dolería? ¿Podía empeorar la situación? ¿Alguien le echaría de menos? Y.. ¿Cómo saldría su familia?
Pensó varios métodos. La insulina parecía una buena opción, lo intentó un par de veces, pero siempre acababa comiéndose unas galletas tras un sudor frío. También pensó en tirarse por el hueco de las escaleras, chocar en el coche a gran velocidad o saltar por una ventana, recordó entonces que esos eran actos chapuceros y viscerales. Hacia un tiempo, su hijo sufrió un accidente y quedó minusválido, en la rehabilitación conoció intentos de suicidio, que pagaron el capricho con sus médulas y huesos. Pensó hasta en inyectarse lejía. Le asustó la idea de agonía.
En la demora de su momento recordó su seguro de vida, podía ser una muerte digna. Sería recordado por su familia como el salvador que enriqueció sus vidas con una langosta en la mesa a diario.
Recorrió muchos métodos, tenía que ser más listo que el propio forense, conseguir una muerte natural, sin que notasen toda la parafernalia que había detrás.
Decidió así, como iba a ser su muerte, iba a ser duro, porque el esfuerzo iba exigirle donar sudor. Su plan era ir de mañana al gimnasio, tomar su baño habitual, su ducha fría y su sauna. Solo que, no pensaba salir de ella. Pretendía sudar y sudar, así su corazón bombearía con intensidad para enfriar su piel y con un poco de suerte, se produciría el colapso, su muerte. El calor deshidrataría su cuerpo, evaporando sus líquidos, desecando sus órganos lentamente y con ello, las evidencias de haber pasado tanto tiempo en la sauna. No era un suicidio tan simplón como parecía, o al menos, no para él. Desconocía todos los datos técnicos: ¿Cuánto duraría?, ¿Dolería mucho? Y ¿Descubrirían el fraude?
Había muchas posibilidades de éxito, era un hombre mayor, deducirían que su cuerpo empezó a fallar, se cayó y no tuvo fuerzas para levantarse. Era un gimnasio de esos que parece que blanqueen dinero, no iba un alma, solo la suya.
Siguió el ritual mañanero, calma, respiración y agua caminando con él. Una ducha fría, el asa de la puerta ardiendo y como un reo, entró en prisión. El corazón agitándose, la piel humedeciéndose, las primeras gotas cubrían su piel. Pronto pequeñas grutas de sudor bajarían y la cabeza se espesaría.
Llevaba ya un buen rato, la piel brillaba como el aceite. Era asfixiante, el aire de sus pulmones quemaba, sus propias piernas ardían al tocarlas. Los ojos los sentía calientes, la boca pastosa, y la lengua un harapo. Hasta las uñas le daban “escalenofrios”, la vista se nublaba…
Dr. Roig: N…n…o pue…do… mas… os…quie…ro…
Cayó desplomado y perdió el conocimiento.
*****
Sintió que se recobraba pesadamente, un vaho lo cubría todo.
Dr. Roig: ¿Dónde estoy? Así que había otra vida…
Notó algo agitarse en la neblina… eran sus manos. Estaba solo, miro había ambos lados y vio los asientos de madera “semi-humeda”. Era un ambiente irreflexivo, no permitía ni pensar ni valentías o arrepentimientos. A cuatro patas se arrastró instintivamente hacia la salida, no tuvo ni que abrir la puerta y la temperatura se normalizo. Miro hacia arriba, el cielo tenía horizonte, era lejano. Todo parecía vacío. De repente una inmensa masa rosa paso a su lado, el aire despeino los 5 pelos chamuscados que aún tenía. Una ola de miedo escombró su depresión. Sus párpados se abrieron 180 grados, los sentidos parecían respirar agitadamente. Miró todos los ángulos, se dio cuenta de que todo era igual, solo que gigantesco. El mundo había crecido en dimensiones titánicas… eso decía su ego, su lógica decía que se había encogido como un garbanzo. Se quedo inmóvil con miedo a ser pisado, hasta que una puerta de tamaño colosal se abrió encima de él. Vio como un gigante desnudo y sudoroso se limpiaba con una toalla de tamaño colosal. Él gritaba como un cochinillo esquizofrénico en un matadero, pero no parecía oírle. La manta cósmica cayó y cubrió el cuerpo minimalista del doctor. Cuando el final parecía solemne, algo se pegó a su piel. Olía a pollo sudado y él, como una pluma, quedó confinado a la tela y esta se levanto hasta las alturas y se vio atrapado entre media nalga peluda.
Decidió deslizarse entre las piernas y se dirigió hacia la salida. A medio camino tenía hambre, se desvió hacia una basura y en ella encontró un pequeño riachuelo en una botella y una piel de plátano con generosos trozos reblandecidos. Comió y bebió hasta saciarse y con unos hilos improvisó una mochila-plátano con raciones de viaje. Tras muchas horas y jornadas de orientación, consiguió llegar a su casa, era la noche ya.
Hermano menor: Papá no llega.
Hermano mayor: ¿Dónde estará?
Esposa: ¡Le habrá pasado algo!
H. mayor: Llamé a todos los hospitales, hasta 48 horas no pueden hacer nada.
H. menor: Solo podemos esperar.
Dr. Roig: .oO (Se preocupan por mí.)
H. mayor: .oO (¡En que lío se habrá metido ya!)
Esposa: .oO (¿Con que pelandusca estará…?)
H. menor: .oO (Vuelve pronto.)
El "mini-doctor" se fue a dormir a la cama del perro, entre pelos y babas halló el calor que necesitaba.
Fueros pasando los días, en ellos fueron protagonistas las preguntas de donde estaría, las lágrimas y los silencios. Poco a poco se contaminaron los comentarios.
H. menor: Le echo de menos.
H. mayor: Él a ti no.
H. menor: ¿Por qué te haces daño de forma gratuita?
H. mayor: Es la verdad, papá se largo con alguna puta.
H. menor: La realidad es distinta en cada persona.
H. mayor: Idiota…
El doctor atento a la conversación saltaba y gritaba, pero no parecían oírle, no parecía existir en un mundo donde todo era gigante.
Dr. Roig: ¡Hijos! ¡Os quiero! ¡Lo hice por vosotros, porque os quiero, porque no soy digno, porque os he arruinado la vida…!
La vida en pequeño (o en grande) no era fácil y cada día corría grandes riesgos, un día estuvo a punto de morir ahogado por un pipi con mala puntería de uno de sus hijos. Los rincones de la casa estaban separados, de un lado estaban los hijos, del otro la esposa. Decidió tomar provisiones en forma de galleta de perro. Tras varias horas de parquet viejo, llego a su antiguo dormitorio, en el que había dormido durante décadas. El teléfono sonó, lo cogió la esposa.
Esposa al teléfono: Hola Carmen, ¿qué tal?
Esposa al t.: No, sigo sin saber nada de él.
Esposa al t.: Estoy sola Carmen, completamente sola.
Esposa al t.: Nadie me ayuda, estoy sola.
Esposa al t.: No sé que voy a hacer.
Esposa al t.: Tendré que vender cosas, ya no puedo pagar a la asistenta.
Esposa al t.: Me ha abandonado, me ha dejado sola.
Esposa al t.: No podré yo sola.
Esposa al t.: La vida siempre me dejó sola.
Esposa al t.: Es un hijo de puta, me abandonó y me dejó sola.
La conversación siguió durante una hora, sin cambiar demasiado. Las palabras eran martillazos que aplastaban su corazón, qué sentido tenia la muerte si cada cual la interpretaba como necesitaba vivirla. El doctor se deshizo en lágrimas, el odio era más útil que el miedo, pero ambos eran inútiles, ambos eran padres y ambos eran hijos.
Su antigua mujer o pertenencia afectiva, colgó el teléfono y el silencio comenzó a vibrar. Solo sollozos de las dos partes y únicamente apreciable por una.
El doctor sentía que el aire se había convertido en un puré de angustia y oxígeno, los huesos de su caja torácica eran más grandes que su pecho, llevaba más de 30 años con esa misma mujer y parecía que realmente fuese unas 30 veces, no la conocía, no se conocían.
Pensó en la muerte más degradante posible, morir ahogado en la taza del wáter, alguno de sus hijos, tiraría de la cadena y su antiguo cuerpo rondaría por los túneles del misterio donde la mente no se atreve a viajar. Era un largo viaje hasta el lavabo, allí subiría una montaña en forma de mueble, un esfuerzo titánico e invisible, para acabar con un descanso algo guarrillo.
Con una galleta en forma de hueso, deformada por “mini-mordiscos”, comenzó el duro viaje por las estepas de madera comúnmente llamadas parquet. Astillas voladoras y fuertes corrientes, dificultaban su viaje final, pero no se iba a amedrentar por pelusillas o ácaros hambrientos, esta vez quería acabarlo bien, aunque fuese la vida en ello. Una fina línea marcó la diferencia, el suelo era de un material brillante, duro y liso, era una loseta. El viajante gritó aleluya, había llegado al baño, por esos paisajes, encontraría un oasis de agua, de algún incauto que la derramó lavándose las manos. Y así fue, un estanque de agua esperaba su evaporación natural, el sediento pudo saciar su aridez. Esta vez pensó a largo plazo y remojó la galleta para poder usarla de “galleta-cantimplora”. Después de contemplar anonadado los bellos y curiosos “micro-paisajes”, retomó su peregrinaje a la montaña de madera y contrachapado. Ahora venía el problema ¿Cómo coño se sube un contrachapado? Era más que una pregunta. Tuvo que estudiar de forma concisa el recorrido. Se percató que las esquinas estaban despuntadas y llenas de marcas que uno de sus hijos hizo para medir cuanto crecía de niño. Claro está, que antes debería escalar unos cuantos centímetros kilométricos, en vastas subidas de utensilios de higiene personal: espuma de afeitar, champú para cabellos grasos y lociones para la piel. El trajín y peripecias de la gran escalada acabaron sin banderas ni champagne, tan solo consiguió acercarse al grifo del lavamanos y llenarse la tripa con el goteo. El agua parecía estar viva en esas dimensiones, tomaba formas y direcciones, aceptaba decisiones.
Mas al fondo veía algo borroso brillar, era su propia imagen, era… un espejo que parecía abarcar un costado del universo. Se acercó para ver en que se había convertido. Era exactamente igual, las mismas arrugas, la misma mirada, el mismo cansancio…
Apoyo las manos, se miro, y dijo:
Dr. Roig: Soy tan feo que ni siquiera soy apto para trabajar por teléfono.
Dr. Roig: No vales para nada.
Dr. Roig: No hay ninguna diferencia entre estar muerto y ser invisible para los demás.
Las lágrimas mojaron su mirada, esta se torno difusa, le pareció ver algo extraño en el reflejo.
Reflejo del Dr. Roig: Ves en los demás lo que no ves tú en ti mismo.
El doctor paró de llorar y quedó en silencio. Tras unos minutos…
R. del Dr. Roig: Es miedo.
R. del Dr. Roig: Tu miedo es que no sepan quererte.
R. del Dr. Roig: Alguien ve un bigote.
R. del Dr. Roig: Debajo hay una sonrisa.
R. del Dr. Roig: Alguien ve unos zapatos sucios.
R. del Dr. Roig: Es alguien a quien no le preocupa su imagen.
R. del Dr. Roig: La única responsabilidad que tienes, es seguir cuerdo.
R. del Dr. Roig: La realidad es que somos muy afortunados.
R. del Dr. Roig: Desde el esperma y óvulo hacia adelante.
R. del Dr. Roig: Saliste elegido entre 12 mil millones.
R. del Dr. Roig: En verdad más.
R. del Dr. Roig: Qué de cosas han pasado para que en esa décima de segundo, ese
espermatozoide encontrase ese óvulo.
R. del Dr. Roig: Es inimaginable.
R. del Dr. Roig: Y sin embargo, contra todo pronóstico, sucedió.
R. del Dr. Roig: Difícil es eso.
R. del Dr. Roig: Lo demás es fácil.